
Una figura mediática que se autoproclama periodista siembra dudas sobre la ética y el compromiso con la verdad en el ejercicio de la profesión.
Viviana Canosa, una personalidad televisiva que no duda en definirse como periodista, parece comprender el valor intrínseco que la credibilidad periodística otorga a quien la ejerce. Ese “certificado de garantía” al que aspira se construye sobre pilares fundamentales: la búsqueda incesante de la verdad, la información sólida respaldada por fuentes verificadas y confiables, una ética profesional intachable y, crucialmente, la independencia de cualquier forma de poder. Sin embargo, las acciones y expresiones recientes de Canosa levantan serias interrogantes sobre su adhesión a estos principios esenciales.
El camino elegido por esta figura se asemeja peligrosamente al seudoperiodismo, un fenómeno alimentado por una mezcla tóxica de elementos: la presencia física, una retórica incisiva, la aparente indiferencia ante las consecuencias de sus dichos y la veneración desmedida de los índices de audiencia. Esta forma de “periodismo” tiene un impacto directo y perjudicial en el tejido social. Sus afirmaciones, a menudo cargadas de noticias falsas, calan hondo en las audiencias, obligando a periodistas genuinos y medios de comunicación serios a reaccionar, ya sea para respaldarlas o para desmentirlas, generando una escalada de controversia que puede transformarse en un verdadero tsunami de desinformación.
El último episodio protagonizado por Canosa reviste una gravedad considerable, afectando a un número indeterminado de personas de diversos ámbitos, muchas de ellas con un sólido reconocimiento por su labor. Lejos de ser el resultado de un enojo personal o una cruzada contra la reprobable existencia de redes de trata o pedofilia, sus acciones parecen motivadas por una estrategia de búsqueda desesperada de audiencia ante los bajos números de su programa televisivo. Tras sus controvertidas denuncias, el índice de audiencia diario de su espacio casi se duplicó, revelando la verdadera “madre del borrego”: la primacía del rating por encima de la responsabilidad informativa.
No es la primera vez que la conducta de Canosa genera preocupación. Durante la pandemia de COVID-19, su accionar siguió una línea similar. En agosto de 2020, mientras la comunidad científica mundial trabajaba arduamente en la búsqueda de vacunas y tratamientos, Canosa declaró no promover el consumo de dióxido de cloro, pero acto seguido, en vivo en su programa, aseguró ingerir este desinfectante, ignorando las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otros organismos especializados. En abril de 2021, volvió a generar alarma al afirmar, sin evidencia científica alguna, que los hisopos utilizados en las pruebas de diagnóstico contenían metales para asegurar resultados positivos de COVID-19, desconociendo la validez y necesidad de los hisopados nasofaríngeos para las pruebas PCR, consideradas las más eficaces para la detección del virus.
Previamente, Canosa ya había generado controversia al manifestarse públicamente como antivacunas y al rechazar avances sociales y sanitarios ampliamente aceptados en numerosas naciones occidentales, como la interrupción legal del embarazo y la muerte asistida.
Este es el perfil de la figura que, con sus recientes afirmaciones (respaldadas por una fuente de dudosa reputación, con graves acusaciones de abusos sexuales y violaciones por parte de varias excolaboradoras), ha sacudido a la opinión pública argentina. Si bien Canosa es directamente responsable de esta conmoción, no está sola en este proceso de desinformación. El medio que le brinda espacio y recursos para difundir sus denuncias comparte una parte importante de la responsabilidad. Y, en última instancia, el sistema de comunicación audiovisual en su conjunto tiene su cuota en este ataque contra la verdadera libertad de expresión, aquella que se ejerce con responsabilidad, ética y un compromiso inquebrantable con la verdad.