La Comisión de Desarrollo Humano Integral de la Diócesis de Rafaela, emitió un comunicado con motivo de las próximas elecciones nacionales.
Como argentinos no estamos condenados ni al éxito, ni al fracaso. Cada generación está llamada a asumir con responsabilidad el tiempo que le toca vivir. Dios inspira y mueve los corazones, desde su amor siempre creativo y esperanzado, para que podamos descubrir y transformar cualquier situación en una oportunidad. Así es como Él mismo transformó la cruz, herramienta de muerte para los condenados, en un instrumento de salvación y en el signo más grande de su amor.
En un contexto de crisis e incertidumbre, como atravesaron los discípulos de Emaús, corremos el riesgo de perder la mirada de conjunto y el sentido de pertenencia comunitaria; de replegarnos como refugio en nuestros intereses particulares tratando de salvar la propia quinta. Es un escape falso, porque nadie se salva solo y porque corremos el peligro de hundirnos juntos.
Existen principios que pueden orientar nuestras opciones y prioridades, especialmente en momentos de turbulencia. El primero de ellos es la dignidad inalienable de toda y cada persona. Toda política debe ser valorada o rechazada en la medida en la que promueva o no al ser humano en la integridad de su condición y sin excluir a nadie1. La viga maestra que la sostiene es la búsqueda del bien común. La expresión bien común no tiene una connotación ni individualista, ni colectivista. «Es el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección»2.
Implica, por un lado, garantizar las condiciones de ejercicio de libertades indispensables para la realización de la vocación humana: actuar de acuerdo a la recta norma de la propia conciencia, la protección de la vida privada y la justa libertad, también en materia religiosa3. Por otro lado, el bien común exige el bienestar y el desarrollo social. Lejos de fomentar el pobrismo, la Iglesia alienta el desarrollo y la promoción de recursos y capacidades para «pasar de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas»4.
Este desarrollo necesita darse en el contexto de un orden justo y estable en el que las autoridades deben garantizar equidad en el acceso a bienes y servicios básicos: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho a fundar una familia5. Este sentido de equidad está guiado a la vez por otros dos principios. El primero es la solidaridad, que no debe entenderse como una reacción sentimental momentánea ante una necesidad puntual, sino como «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común reconociendo que todos somos verdaderamente responsables de todos»6. El otro principio es el de destino universal de los bienes, que no debe malinterpretarse como una visión comunista de la economía7, ya que siempre la Iglesia reconoció el derecho a la propiedad privada. Significa establecer un límite a este derecho, recordando que no es absoluto y que siempre está en relación con la dignidad de la persona (si compro alimento y junto a mí hay alguien muriendo de hambre que no tiene otro medio de supervivencia, mi derecho de propiedad se transforma en deber de asistencia) 8.
Por otro lado, el proceso de crecimiento y el desarrollo también deben garantizar las condiciones suficientes para llevar adelante iniciativas y emprendimientos particulares en el campo social, político y económico. Están guiados por otro principio: el de subsidiariedad. No tiene que ver como entendemos hoy con los subsidios del Estado, que en muchas ocasiones son fuente de dependencia y de clientelismo político. Al contrario, la subsidiariedad establece que lo que puede hacer una sociedad menor, no lo debe hacer una mayor; que alguien o un grupo sean asistidos por una instancia mayor sólo cuando no puedan valerse por sí mismos, y con el propósito de que en algún momento puedan llegar a hacerlo, sin absorberlos ni destruirlos.
Estos principios que brevemente mencionamos pueden guiar el discernimiento para nuestro próximo acto eleccionario. Nunca antes una elección nacional P.A.S.O. (ni tampoco las generales, en estos últimos cuarenta años de democracia) dio como resultado un margen tan estrecho de diferencia entre los tres candidatos más votados. Este escenario de tercios es un indicador claro de que ningún candidato podrá gobernar sólo. Esta experiencia de límite y fragilidad puede llevarnos al riesgo de una deriva demagógica o autoritaria o, al contrario, alumbrar la posibilidad de una mayor participación y colaboración entre las fuerzas políticas, con las instituciones sociales e incluyendo a la ciudadanía, que deberá involucrarse en este proceso político más allá del acto eleccionario.
Cada generación asume una opción para su tiempo. Esta puede ser nuestra oportunidad.
- «A todos los hombres y a todo el hombre» – Carta Encíclica Populorum Progressio, n°14, Pablo VI, 1967.
- Constitución Pastoral Gaudium et Spes , n°26, 1965.
- Ib.
- Carta Encíclica Populorum Progressio, n°20, Pabo VI, 1967.
- Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, 1992) n°1906 a 1909.
- Carta Encíclica Sollititudo Rei socialis, n°38, Juan Pablo II, 1987.
- Juan Pablo II en la carta encíclica Centesimus Annus n°13 advierte sobre antropologías y sistemas en los que el «bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social (…) El hombre queda reducido a una serie de relaciones sociales desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral».
- Sobre la relación entre el destino universal de los bienes y la propiedad privada, confróntese CIC n° 2402-2406.
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