Fatiga policial: la bomba de tiempo silenciosa que pone en riesgo nuestras calles

El reciente choque de un patrullero en Rosario, con dos policías heridos, vuelve a exponer una problemática alarmante: el agotamiento extremo de los choferes policiales, una amenaza silenciosa para la seguridad de todos.

La madrugada de este martes 14 de mayo, un nuevo incidente vial en Rosario encendió las alarmas sobre una realidad preocupante y a menudo invisibilizada: la fatiga policial. Un patrullero impactó violentamente contra un automóvil estacionado en calle Presidente Perón al 4300, cuyo desplazamiento causó daños a un tercer vehículo. Dos suboficiales resultaron heridos y debieron ser trasladados al sanatorio Laprida. Afortunadamente, se encuentran fuera de peligro, pero el hecho subraya el peligroso agotamiento físico y mental que sufren los choferes policiales.

La extenuante situación de los efectivos de patrullaje no es una novedad, pero su gravedad se intensifica día a día. Si bien teóricamente muchos policías cumplen un régimen de 12 horas de trabajo por 36 de descanso, la realidad cotidiana se ve distorsionada por recargos obligatorios, servicios extraordinarios impuestos, cambios de turno repentinos y traslados constantes. El resultado es alarmante: jornadas laborales que superan con creces las 14 o 16 horas continuas, frecuentemente sin los descansos adecuados para alimentarse, recuperar energías o siquiera una pausa real.

A este panorama desolador se suma otro factor de riesgo: el precario mantenimiento de los móviles policiales, una situación que se repite con demasiada frecuencia. Conductores armados, sometidos a niveles altísimos de estrés y con una preparación física insuficiente para afrontar jornadas laborales tan extensas, se convierten, involuntariamente, en un peligro latente tanto para su propia integridad como para la seguridad de la ciudadanía. La fatiga erosiona los reflejos, empaña el juicio y disminuye drásticamente la capacidad de reacción. En un contexto donde cada segundo puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, esta situación resulta inaceptable.

Lo más inquietante es la ausencia de un abordaje institucional serio y sistemático ante esta problemática. No existen protocolos de prevención efectivos ni evaluaciones periódicas del estado físico y mental de los choferes policiales. La única directriz que parece prevalecer es que el patrullero debe salir a la calle, sin importar el costo humano. Esta lógica puramente utilitarista termina por deshumanizar a quienes arriesgan su vida diariamente para garantizar la seguridad de todos los ciudadanos.

Es imperativo repensar de manera urgente el modelo de trabajo policial. La seguridad pública no puede construirse sobre la base del desgaste físico extremo de sus agentes. Un Estado que no prioriza el bienestar de quienes tienen la responsabilidad de cuidarnos, está fallando doblemente a su pueblo.