
Hoy alzamos la voz por millones de personas que viven con la fibromialgia, un dolor crónico e invisible que exige comprensión, visibilidad y políticas de salud inclusivas.
Cada 12 de mayo nos recuerda una realidad silenciosa pero profundamente presente: el Día Mundial de la Fibromialgia. Esta enfermedad crónica, que afecta a un número significativo de personas en todo el mundo, continúa luchando contra la incomprensión social, los diagnósticos tardíos y, lamentablemente, la frecuente indiferencia institucional. La mirada colectiva a menudo parece dictar: “lo que no se ve, no duele”. Pero el dolor está ahí. Persistente, profundo, limitante. Un sufrimiento que no hace ruido.
La fibromialgia no deja huellas físicas evidentes, no hay heridas que sangren ni imágenes de resonancia que la capturen. Sin embargo, quienes la padecen enfrentan diariamente una tríada implacable: fatiga extrema que paraliza, trastornos del sueño que no reparan y una hipersensibilidad muscular que convierte el simple roce en agonía. A esto se suman las dificultades cognitivas que nublan la mente y los dolores generalizados que invaden cada rincón de la existencia, impactando el trabajo, las relaciones personales, el descanso reparador y la propia autoestima.
El desafío que plantea la fibromialgia trasciende el ámbito médico; es un problema cultural arraigado. El estigma social, la falta de empatía y la desinformación actúan como un peso adicional a esta condición ya de por sí compleja. Demasiadas personas con fibromialgia se ven obligadas a “probar” su enfermedad, a justificar cada ausencia laboral, a explicar una y otra vez que su dolor no es una exageración ni un simple estado de ánimo pasajero.
En Argentina, la lucha por el pleno reconocimiento de la fibromialgia dentro de los sistemas de salud y previsión social aún persiste. Si bien la Ley Nacional N° 26.689 declara de interés la atención de enfermedades poco frecuentes, incluyendo la fibromialgia, su implementación es desigual y el acceso a tratamientos a menudo se ve obstaculizado por la falta de cobertura o por procesos burocráticos interminables.
Por todo esto, este 12 de mayo debe trascender la mera efeméride. Debe convertirse en un potente llamado a la acción colectiva. Un grito unificado para visibilizar esta realidad, para informar con rigor, para acompañar con sensibilidad y, fundamentalmente, para escuchar sin prejuicios. Porque el dolor invisible de la fibromialgia necesita una sociedad que aprenda a ver con el corazón y a actuar con responsabilidad.
Concientizar es el primer paso firme hacia la justicia. Hacia un trato digno que reconozca el sufrimiento. Hacia una política de salud que incluya, respalde y comprenda las necesidades de quienes viven con fibromialgia. Nadie elige el dolor, pero todos tenemos la capacidad de elegir el acompañamiento.