En la ciudad de Rafaela, pocas personas han dejado una huella tan profunda y entrañable como Ramón Rodríguez, más conocido cariñosamente como Ramoncito, el garrapiñero de Bv. Santa Fe. Su vida y su labor no solo fueron una constante en el bullicio de la ciudad, sino también un reflejo de su inagotable alegría y espíritu comunitario.
Durante más de dos décadas, Ramoncito no solo vendió golosinas; brindó momentos de felicidad y compañía a todo aquel que pasaba por su carrito. A sus 65 años, nos dejó físicamente, pero su legado perdurará en el corazón de todos los rafaelinos.
Ramoncito comenzó su travesía hace 24 años, con su carrito de golosinas junto a su pareja, justo frente a lo que en ese entonces era el “Free Shop”.
El mundo alrededor de él fue cambiando, pero Ramoncito se mantuvo firme, como un faro de constancia y alegría. Su carrito no era solo un medio para ganarse la vida; era una extensión de su personalidad.
Para él, cada venta era una oportunidad para compartir una sonrisa, hacer una broma o iniciar una conversación. Su amabilidad y calidez hacían que comprarle golosinas fuera una experiencia que iba mucho más allá de una simple transacción.
Sus familiares lo recuerdan con ternura, describiendo que “un día en la vida de Ramón era pura felicidad”. Su actitud jovial y su habilidad para conectar con personas de todas las edades lo convirtieron en una figura querida y respetada. Ramoncito, a su manera, se transformó en una parte esencial del paisaje rafaelino, y su carrito, en un símbolo de la sencillez y la felicidad.
Además de su labor como garrapiñero, Ramoncito tenía otra pasión: la música. Era un fiel amante del chamamé y la cumbia, géneros que lo animaban a bailar sin importar el momento.
Muchas veces, dejaba su carrito bajo el cuidado de un transeúnte para dejarse llevar por el ritmo de la música, mostrando una vez más su espontaneidad y su disfrute por la vida. Esta faceta de él lo acercaba aún más a las personas, ya que no solo era el hombre de las golosinas, sino también el que nunca perdía una oportunidad para disfrutar el momento.
La partida de Ramoncito deja un vacío palpable en el corazón de Rafaela, especialmente en Bv. Santa Fe, donde su presencia era ya parte del paisaje urbano. Hoy, su recuerdo sigue vivo en cada esquina, en cada sonrisa que logró sacar, en cada baile improvisado que alegró a quienes lo presenciaron.
Ramoncito puede haberse ido, pero su espíritu seguirá caminando por las calles de Rafaela, recordándonos siempre la importancia de ser amables, de disfrutar la vida y de compartir la alegría.
En un mundo que avanza rápidamente, figuras como Ramoncito nos enseñan a detenernos y valorar los pequeños momentos, las conversaciones casuales y las sonrisas sinceras. Su legado no se mide en la cantidad de golosinas vendidas, sino en la cantidad de corazones tocados.